miércoles, octubre 25, 2006

Minificción Microcuento Minicuento

La Fundación Común Presencia, continúa su labor de difusión cultural con esta página virtual dedicada al relato breve, lo que ha venido adelantando con otros proyectos como la publicación de la revista literaria Común Presencia y la colección internacional Los Conjurados, fiel a su sueño de irradiar las voces de grandes creadores que en diversos tiempos e idiomas han opuesto como Sherezada la imaginación al reino de la muerte.

Fundación Común Presencia
Cra. 10 No. 65 – 77 Piso 4

Tels: 571- 255 04 78, 346 5677
Bogotá, Colombia

comunpresencia@yahoo.com


(Fotos Blog: Gonzalo Márquez Cristo)

Abdón Ubidia

(Quito - Ecuador, 1944). Su libro de relatos Bajo el mismo extraño cielo (Círculo de Lectores, Bogotá, 1979), mereció el Premio Nacional de literatura de ese año. Su novela Sueño de Lobos, Quito, 1986, fue declarada Mejor Libro del Año. Dirigió la revista cultural Palabra Suelta. La Editorial Grijalbo publicó en 1989, su obra Divertinventos o libro de fantasías y utopías. En 1996, El Conejo editó El palacio de los espejos. Está por aparecer su Antología del cuento ecuatoriano contemporáneo.



RELOJES


Cuando aparecieron los primeros relojes digitales me apresuré a comprar uno en la tienda de Hans Maurer. Apenas fue mío comprendí el verdadero alcance de mi decisión. No me asombraba la ausencia de ruedecillas dentadas, resortes, áncoras y clavijas. No me asombraba el fluir de la corriente por el laberinto de circuitos integrados y cristales de cuarzo. Tampoco la pérdida del tic tac, que durante tantos siglos fuera la verdadera música del tiempo.

Me asombraba la diminuta pantalla que había venido a sustituir a la esfera de manecillas.

Al enjuto, enigmático reticente Maurer, le explico bien: la esfera marcada nos recuerda una concepción del mundo protectora y de algún modo feliz: el tiempo da vueltas. Cada culminación es un nuevo comienzo. No hay ruptura entre las partidas y los arribos. El pasado y el presente y aún el futuro se muestran ante nuestros ojos en una continuidad circular. Las agujas abandonan con pasos de hormiga aquello que ya no es y siguen en pos de aquello que indefectiblemente será. Uno puede ver su camino. Señalar su retorno. Y al verlas uno puede decirse que los días se repetirán siempre con sus mañanas y sus noches. Que los ciclos existen. Que nos repetiremos también en nuestro hijos como nuestros padres en nosotros. Que perduraremos.

De pronto la maldita pantalla digital viene a cambiar todo esto. Los números aparecen y señalan un presente puntual. Cada instante es distinto del que le precede. Los números emergen o se hunden en una nada sin rastros. Allí no existen decursos sino reemplazos. El tiempo asoma abierto. Ha perdido su rumbo circular y carece de límites. Es apenas un presente instantáneo. El futuro es un desierto blanco y helado. El pasado se esfuma. Es un abismo también blanco que se abre y desmorona detrás de nuestros talones con cada paso que damos. Yo no sé si otros verán lo que yo veo ahí: una soledad infinita. El abandono. La total desprotección. Estos relojes han venido a enseñarnos nuestra orfandad. La gran mesa redonda que juntaba tantas cosas no existe más.

Hans Maurer, sonríe. Pero yo insisto:

–Es posible que cada edad invente los instrumentos con los que se mide a sí misma. Es posible que cada era escoja sus propios modos de entenderse, según sea su propia conveniencia. La forma circular de engranajes, esferas y movimientos de los relojes mecánicos (con sus ejes obligados), no sería entonces casual ni el fruto de una necesidad puramente física. Sería, pues, aparte de lo ya dicho, la realización de una búsqueda la de un centro ordenador, la de un sentido central que lo organice todo. Temo, entonces, y no me avergüenza confesarlo, que los relojes digitales, aparte del tiempo, estén midiendo además otro continente que no alcanzo a comprender bien. Tal vez el de un gran desierto blanco, vacío, sin centro, y sin sentido.

De tarde en tarde (a pesar de nuestra mutua repulsión) me llego a la tienda de Maurer. Examino cada modelo que él me muestra. Tengo la esperanza, cada vez más vaga, de encontrar algo cualitativamente distinto que pueda reemplazar al reloj digital que él me vendió.

En este ir y venir de su tienda, hace poco Maurer me jugó una mala pasada: me ofreció el único reloj que yo no quería poseer. Algún demonio macabro lo había inventado hacía muy poco. Estaba equipado con sensores que detectaban los signos vitales de su dueño. Por eso tenía (sí) manecillas. Pero estas giraban en dirección contraria a la usual. Giraban al revés. Y su marcha se aceleraba conforme se aproximaba la muerte del usuario.

La sonrisa de Maurer se abrió como un hueco negro en su cara blancuzca cuando me lo ofreció.

Sabía que entre el horror que palpitaba, silencioso, en mi reloj de pulsera y aquel otro, burdamente físico, que exhibía en su mano extendida, yo no podía escoger.





Alfonso Reyes

(Monterrey, Nuevo León, 1889-México D.F,1959). Estudió Derecho en la UNAM. Fue uno de los fundadores de El Ateneo de la Juventud. Ejerció la diplomacia, como embajador en Argentina y en Brasil, además de otros cargos en España. Su obra reunida consta de 25 tomos, entre ensayos, poemas, cuentos, piezas de teatro, crónicas y cartas. La experiencia literaria es, sin duda, uno de los libros más estudiados de Alfonso Reyes. Asimismo se destacan Visión de Anáhuac (1917), Los trabajos y los días (1934) y Estudios helénicos (1957).


LA FIESTA NACIONAL

(...) Ventura de la Vega, en el tránsito, reúne a sus deudos e íntimos para revelarles el secreto de su vida. Todos esperan terribles cosas:
–¡Me carga el Dante! –les confiesa.
Luis Taboada, moribundo, llama a su hijo:
–Ve –le dice– a la Parroquia de San José, y di que me manden los Santos Óleos; pero que sean buenos, que son para mí.
Y el novillero. El novillero que acosaba día y noche al Lagartijo pidiéndole la alternativa. Murió una tía de éste a quien él tenía por su segunda madre. Pidióle el novillero la alternativa por el alma de su señora tía, y cedió el torero, como sensible. El primer toro que toca lidiar al nuevo matador resulta toro de bandera, que lleva la muerte en los cuernos. El padrino le ayuda, le prepara el toro:
–¡Tírate ahora! –le grita.
Y el ahijado se perfila; sabe que no podrá, da por segura la cornada y, resuelto a todo, vuelve un instante los ojos al maestro: advierte entonces el brazal negro, el traje negro y oro de Lagartijo que recuerda el luto reciente y, antes de arrancarse, todavía tiene tiempo –¡y ánimo!– para decir, jugando la vida y el vocablo:
–Maestro ¿qué se le ofrece para su señora tía?

Ana María Shua

Nació en Buenos Aires en 1951. Sus primeros poemas fueron publicados en El sol y yo. En 1980 ganó con Soy Paciente el pre­mio de la editorial Losada. Sus otras novelas son Los amores de Lauri­ta, (llevada al cine), El libro de los recuerdos (Beca Guggenheim), La muerte como efecto secundario (Premio Club de los Trece y Premio Municipal en novela) y El peso de la tentación, publicada en 2007. También ha escrito varias selecciones de cuentos, entre ellos Viajando se conoce gente. Sus cuatro libros de minificciones, género en el que ha obtenido amplio reconocimiento en el mundo de habla de hispana, son La sueñera, Casa de Geishas, Botánica del caos y Temporada de fantasmas. Obtuvo el Premio Municipal y el Diploma al Mérito Konex en cuento. Como autora de literatura infantil ha ganado premios nacionales e internacionales, entre ellos el del Banco del Libro en Venezuela y el White Raven, en Alemania. Algunos de sus libros han sido publicados en Brasil, España, Italia, Alemania, Corea y los Estados Unidos.



MÁQUINA DEL TIEMPO

A través de este instrumento rudimentario, descubierto casi por azar, es posible entrever ciertas escenas del futuro, como quien espía por una cerradura. La simplicidad del equipo y ciertos indicios históricos nos permiten suponer que no hemos sido los primeros en hacer este hallazgo. Así podría haber conocido Cervantes, antes de componer su Quijote, la obra completa de nuestro contemporáneo Pierre Menard.




EN EL MAR DE AL-KERKER

No lejos de aquí, en las orillas del mar de Al-Kerker, vive un pueblo del linaje de Noh (sobre él sea la paz), pues el diluvio no llegó hasta allí y desde entonces esa gente vive aislada de todos los hijos de Adán. Ellos se hicieron cargo de los niños pequeños que la mano del Señor protegió cuando la destrucción de Sodoma. Viven tan sin pecado que apenas pueden considerarse humanos, pero ellos lo ignoran, porque si lo supieran caerían en el pecado de soberbia. No te llevé conmigo porque no te gustarían, los encontrarías un poco tontos, alelados, se mueven lentamente, por eso tardé tanto, no te enojes así, sus mujeres no son capaces de lujuria, tranquila por favor, es mejor que lo dejes sobre la mesa, así, muy bien, se reproducen con dificultad, te lo aseguro, por pura obligación mi amor, vamos a casa.HURÍESSi para el buen musulmán el Paraíso es fértil en huríes, para la musulmana observante, ¿qué promete? Menos que nada es un harem de varones dóciles a sus deseos (menos que una sola semilla de sésamo) frente a la gloria de ser la favorita en un harem de cien mil cuatrocientas treinta y dos mujeres bellas. (Las otras cien mil cuatrocientas treinta y una están en el infierno).

Andrés Caicedo

Cali, 1951 - Cali, 1977). Su obra es considerada como una de las más originales de la literatura colombiana. Lideró diferentes movimientos culturales como el grupo literario los Dialogantes, el Cineclub de Cali y la revista Ojo al Cine. En 1970 ganó el I Concurso Literario de Cuento de Caracas con su obra "Los dientes de caperucita", lo que le abriría las puertas a un reconocimiento intelectual. En su obra ¡Que viva la música! (publicada por Colcultura días después de su suicidio) asegura que vivir más de 25 años era una vergüenza. Contrario a la escuela del realismo mágico, se inspira en la realidad social.

DESTINITO FATAL
A un hombrecito le gusta el cine y llega y funda un cine club y lo primero que hace es programar un ciclo larguísimo de películas de vampiros, desde Murnau y Dreyer hasta Fisher y este film que vio hace poco de Dan Curtis. Al principio hay mucha acogida y todo, el teatro se llena. Pero semana tras semana va bajando la audiencia. Como se sabe, el público cineclubista está compuesto en su mayoría por gente despistada que acude a ver acá “el cine de calidad” que no puede ver en los teatros cuando éstos sólo exhiben vaqueros y espías; imbéciles que abuchean una película de John Ford con John Wayne «porque el ejército de EE. UU. siempre mata muchos indios», que le dicen imbécil a Jerry Lewis. Esa gente cómo le va a coger la onda a los vampiros, no falta por allí uno que insulte al hombrecito del cine club por estar exhibiendo cosas de éstas cuando los estudiantes luchan en las calles, gente que únicamente sueña de noche y que siempre duerme bien y al otro día se despiertan y pueden hablar de amor, de papitas, de viajes, de política y cuando llegue la noche se ponen a soñar de lo mismo que han hablado durante todo el día. Pues bien, el hombrecito de nuestra historia comenzó a perder grandes cantidades de dinero, porque ya al final no iban más de l0 personas a sus películas de vampiros, 9, 8, 7, 6, 5, los últimos 4 empezaron a conversar, a contarse recuerdos, pasó el tiempo y uno de ellos se mudó a otra ciudad, otro amaneció un día muerto, uno se graduó de arquitecto y nunca más se lo volvió a ver por estas tierras.
El hecho es que el sábado 29 de septiembre de l97l el hombrecito encontró, al ir a introducir el último film del ciclo, que no había más que un espectador en la sala, allá detrás, en un rincón, mitad luz y mitad sombra.
El hombrecito iba a empezar a hablar de la película que amaba tanto, pero el Conde se paró de su butaca y le sonrió, y el hombrecito tuvo que bajar los ojos.

Anónimo - Las Mil y una Noches -


El signo de la muerte


Un joven jardinero persa dice a su príncipe:

—¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto amenazante. Esta noche, por milagro, desearía estar en Ispahán.

El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde se encuentra en la plaza con la Muerte y le pregunta:

–Esta mañana, ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?

–No fue un gesto de amenaza –le responde– sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahan y quería recordarle que allí tenemos una cita esta noche.

Augusto Monterroso


Vivió varios años en Guatemala y en Chile y se radicó definitivamente en México. Estudió Letras en la UNAM y fue Becario del Colegio de México. Ejerció como editor en la UNAM y como investigador en esta misma universidad. Fue coordinador del Taller de Narrativa del INBA. Es autor de Obras completas (y otros cuentos) (1959), La oveja negra y otras fábulas (1969), Movimiento perpetuo (1972), Viaje al centro de la fábula (1982), La letra E (1987), entre otros libros.



La Tortuga y Aquiles

Por fin, según el cable, la semana pasada la Tortuga llegó a la meta.


En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, pues su contrincante le pisó todo el tiempo los talones.


En efecto, una diezmiltrillonésima de segundo después, como una flecha y maldiciendo a Zenón de Elea, llegó Aquiles.

Carlos Castillo Quintero

Nació en Miraflores, Boyacá, en 1966. Poeta, narrador, ensayista y editor. Radicado en Tunja desde 1984. Su obra le ha merecido el Premio Nacional de Poesía Universidad Metropolitana de Barranquilla 2002 y el Premio Mejor Obra Boyacense, 2000. Ha publicado: Piel de recuerdo, Burdelianas, Rosa fragmentada, Los inmortales.
AGOSTO 24 DE 1899
I´m looking for the face I had
Before the world was made.

Yeats: The winding stair
¡Lo estaba esperando! –dijo Asterión con voz potente. Borges que desde hacía tiempo caminaba en dirección al país de los muertos, levantó la cabeza y comprendió que había extraviado su ruta. A palos de ciego buscó en el laberinto de sombra a quien de esa forma le hablaba, y sus manos acostumbradas a ver en el vacío, se tropezaron con un intenso olor a toro. Sin temor se le fue aproximando.
¡Lo esperaba para matarlo! –volvió a decir el astado.
El ciego dudó un poco y finalmente con una sonrisa se le acercó. Asterión, sorprendido, se dejó acariciar la cabeza. Con paciencia Borges le explicó que no podía matarlo porque él ya estaba muerto, que a lo sumo, lo que podía hacer era ayudarlo a encontrar el camino hacia el Hades, pues al parecer sus ojos sin luz le habían hecho perder el rumbo.
El Minotauro, todavía invadido por el éxtasis que le procuraron la manos y la voz tranquila del viejo, amedrentado, se alejó buscando protección en el infinito nudo de líneas que constituían su casa.
Ajeno a los temores del que huía, el anciano continuó hablando y sus palabras abrieron nuevos caminos en aquellos muros, hasta que la ausencia del olor de la criatura se impuso a su alrededor comunicándole que estaba solo. Cansado, buscó una repisa y apoyando la cabeza en el bastón, se durmió. En su sueño escuchó a la madre muerta leyéndole cartas, y su madre se fue transformando en la esposa amada con la que volvió a vivir mil y una noches de historias, y era ella Emma Zunz que buscaba salida a su deseo, y juntos fueron hasta un sótano desde donde asistieron a una boda celebrada en los confines del mundo, y allí vio a un Borges que era rey en un país de arena y que soñaba con un pájaro; y la voz de su madre retornó y era ella una misma e infinita mujer que leía... Así lo encontró Teseo que, aterrorizado ante aquel monstruo de ficción, aprovechó su letargo para asestarle un mazazo que le deshizo la cabeza.


INEPTITUD ESENCIAL
Se sabía amada a plenitud. Su hombre la había colmado de obsequios y halagos dignos de una diosa y era así como se sentía en el momento de hacer su petición:
Quiero que me des la vida –le dijo sin siquiera mirarlo a los ojos.
–Mi vida la tendrás por siempre –le respondió el enamorado.
–Quiero que me ofrendes tu vida –volvió a decir la mujer.
–Mi vida está a tus pies... –pero no pudo continuar, pues ella con disgusto le explicó que deseaba que se matara en su presencia.
Si de verdad me amas, harás eso por mí –y al pronunciar estas palabras ya estaba cercana al llanto.
Él se quedó en silencio. La miró y comprobó que era la mujer más hermosa que jamás sus ojos hubiesen contemplado. Su corazón se quebrantó pues aquello que pedía él no podía dárselo. Apenado, dio media vuelta y con paso taciturno penetró en las calles llenas de sombra en donde tomó su forma de vampiro y se dirigió a su castillo, que en lo alto de la montaña le aguardaba más desolado y frío que nunca.


Derechos reservados
© Carlos Castillo Quintero


Chuang Tzu

El sueño

Chuang Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.

Cicerón

Político y escritor romano Marco Tulio Cicerón perteneció a una familia acomodada lo que le permitió desarrollar sus estudios en Roma. Sus primeros pasos se dirigieron hacia la jurisprudencia, la filosofía y la retórica, realizando un viaje por Grecia para conocer la cultura helenística. En el año 77 a.C. regresó a Roma y contrajo matrimonio con Terencia, iniciando el cursus honorum al año siguiente. Fue nombrado cuestor en Sicilia, destacando por su honradez y en el año 67 obtuvo el cargo de pretor desde el que apoyó a Pompeyo. Tres año más tarde fue elegido cónsul, consiguiendo descubrir el complot dirigido por Catilina que pretendía acabar con su vida. Con las "Catilinarias" consiguió convencer al Senado del castigo a muerte de los conspiradores. El Triunvirato de Pompeyo, Craso y César motivaría la decadencia de Cicerón ya que fue condenado al exilio durante un año. De regreso a Roma apoyó abiertamente a Pompeyo, provocando el enfrentamiento con César que le llevó a retirarse a Brindisi. La muerte de César le acercó de nuevo a la política al escribir contra Antonio sus "Filípicas" en memoria de Demóstenes, entrando en la lista de proscritos durante el Segundo Triunvirato. Antonio dirigió contra él a sus sicarios, que le dieron muerte cerca de Fornia.




Historia de Cecilia

He oído a Lucio Flaco, sumo sacerdote de Marte, referir la siguiente historia: Cecilia, hija de Metelo, quería casar a la hija de su hermana y, según la antigua costumbre, fue a una capilla para recibir un presagio. La doncella estaba de pie y Cecilia sentada y pasó un largo rato sin que se oyera una sola palabra. La sobrina se cansó y le dijo a Cecilia:

—Déjame sentarme un momento.

—Claro que sí, querida —dijo Cecilia—; te dejo mi lugar.

Estas palabras eran, el presagio, porque Cecilia murió en breve y la sobrina se casó con el viudo.




Colombia Truque Vélez

Nació en Bogotá, Colombia. Poeta, cuentista y traductora. Obras: Palabras de sueño y de vigilia (1984), Otro nombre para María, Premio Nacional de Cuento (Colcultura, 1993) y Poemas al margen (1997). Actualmente está trabajando en un nuevo libro de relatos y haciendo un proyecto musical con compositores brasileños y un colombiano (Fernando Linero). E-mail: ctruquevelez@yahoo.es


PARÁBOLA DEL AMOR TRAICIONADO

Después de un rato en que se estuvieron mirando intensamente: Te amo, dijo él. Te amo, dijo ella. Se tomaron las manos y echaron a andar. El aire era tibio como sólo puede serlo en la primavera, con la misma tibieza que cada uno sentía emanar de la mano del otro.

Él es el Héroe y ella, la Heroína de esta historia que acaba de comenzar.

La luz ha ido cambiando, como si una pequeña nube hubiera velado el brillo del sol. Me hieres, dijo él. Sólo el No Amor puede no herir, dijo ella; el amor es una guerra. Ahora, la Heroína tenía en su mano un arma extraña, de brillos siniestros. Tú me heriste primero, dijo ella. No, tú me heriste primero, dijo él. Sólo el No Amor puede no herir. El amor es una guerra. También el Héroe tenía en su mano un arma extraña, de brillos siniestros.

A medida que se herían mutuamente, sus sombras, proyectadas contra el muro, que al principio estaban cogidas de las manos, comenzaron a separarse y a hacerse menos nítidas, como si la luz hubiera variado su ángulo sobre la escena. Las sombras se agitaban, haciendo esfuerzos para volver a unirse y, de repente, lo lograron. Los dos héroes que se herían en su lucha, habían depuesto súbitamente sus armas. ¿Me perdonas?, preguntó ella. ¿Me perdonas?, preguntó él.

La escena de la lucha y el perdón se sucedió varias veces más: el amor es una guerra. Entonces ocurrió que al final de una de esas luchas las sombras se debatieron con desesperación, tendiendo la una hacia la otra sus brazos, que del color de la tinta china se habían vuelto como manchas grisáceas y amenazaban desvanecerse completamente. Sin embargo, en la lucha del Héroe y la Heroína de carne y hueso, uno de los dos se alzó victorioso. No podríamos decir cuál, porque los cuerpos, al igual que las sombras, habían ido perdiendo consistencia. Ya iban a desaparecer por completo, cuando se oyó, no se sabe si salida de las sombras o de los cuerpos, una voz débil que clamaba: ¡Ayúdame! Y otra voz que le respondía: ¡No puedo! Mi victoria es una herida más dolorosa, sangrante y mortal que la tuya...


Disidencia

Como el amor no se parece, ni de lejos, a la felicidad. Como ya terminaron los tiempos de las grandes aventuras y descubrimientos. Como leer se va pareciendo al placer de deshojar la margarita. Como escribir tiene poco sentido, y ninguno para algunos. Como entre ver cine y hacerlo es mejor todo lo contrario. Como en la rumba hay agujeritos por donde se cuela el hastío. Como caminar cansa en esta ciudad de basura y sorpresas crueles. Como dedicarse en esta vida a otra cosa que no sea la existencia es a todas luces imposible. Como imposible es elegir, diga lo que quiera Sartre. Como... y como... y como: Es la ansiedad, me dicen mis amigos.


Fotografía de la autora: Edgar Arturo Varón Cañón

Derechos reservados
© Colombia Truque Vélez

Enlace: http://escritorescolombianos.blogspot.com/


Fabio Martínez

Nació en Cali, Colombia, 1955. Egresado de Literatura e Idiomas de la Universidad Santiago de Cali, obtuvo una Maestría en Estudios Hispánicos en la Universidad de la Sorbona de París y un Doctorado en Semiología Literaria en la Universidad de Quebec en Montreal, Canadá. Autor de: Un habitante del Séptimo cielo, Fantasio, y Breve tratado del amor inconcluso.


La joya de ópalo

Como estaba muy enamorado, le regaló para su cumpleaños un anillo de ópalo. Después del regalo, empezaron las desgracias. Primero, fue la historia del suicida que al tirarse de un décimo quinto piso casi le cae en la cabeza y lo mata; segundo, se le incendió la casa; tercero, le mataron a un hermano.

Cuando él escogió la joya de ópalo, no sabía que esa piedra trae consecuencias funestas.

No al que la recibe, sino al que la escoge y la obsequia como regalo.


Expresionismo alemán

La flor azul es la flor de la noche y pertenece a Novalis. La flor plateada es la flor de la angustia y el desasosiego y pertenece a Georg Trakl.

Nosotros, como hijos de la noche, oscilamos entre la flor azul y la plateada que pertenecen a Novalis y a Georg Trakl, el atormentado de Salzsburgo.

En la flor azul están cifradas las esperanzas plenas del poeta que sabe agradecer a su dios.

En la flor plateada están cifradas las dudas y angustias del poeta que no ha sabido respetar a su dios, y por eso se siente infeliz y desdichado.


El sueño de Borges

Como Borges de Carriego y Barnatán de Borges, yo también tengo recuerdos de ellos.

A Barnatán lo conocí a través del poeta y me pareció un hombre fino y cultivado.

Con Borges sueño estar sentado a su lado en Cambridge en un banco al pie del río Charles. Borges está apoyado en su eterno bastón y mira pasar el río del tiempo.

En el sueño, yo escucho y lo veo (Borges no me ve porque está ciego).

En el sueño, yo soy el espectador de mi propio sueño. Soy el soñador soñado.



Derechos reservados
© Fabio Martínez



Gonzalo Márquez Cristo



Poeta, narrador, ensayista, periodista y editor. Nació en Bogotá, Colombia, en 1963. Ha publicado dos ediciones del poemario Apocalipsis de la rosa (Quimera del Oro, 1988 - Hojas Sueltas, 1990); la novela Ritual de títeres (ganadora de Beca Colcultura en 1990: Tiempos Modernos Editores, 1992); El Tempestario y otros relatos (Común Presencia Editores, 1998); La palabra liberada (primera edición Colección Los Conjurados, 2001; segunda edición, 2005); Oscuro Nacimiento (Mención concurso nacional José Manuel Arango, Colección Los Conjurados, Bogotá, 2005; segunda edición 2006); Grandes entrevistas de Común Presencia (Los Conjurados, 2010) y La morada fugitiva (Común Presencia Editores, 2014). Han aparecido tres antologías de su obra: Liberación del origen (Universidad Nacional de Colombia, 2003), El legado del fuego (Caza de Libros, Ibagué, 2010) y Anticipaciones (CreateSpace, California, 2011). 

En 1989 participó en la fundación de la revista cultural Común Presencia (reconocida con Beca Colcultura a mejor publicación cultural del país, 1992), de la cual es su director. Es creador y coordinador de la colección de literatura Los Conjurados, actualmente distribuida en cinco países. Dirigió el programa televisivo Letra Viva. Es Fundador y Director General del semanario virtual Con-Fabulaciónreconocido con el Apoyo a Mejor Medio Virtual (Ministerio de cultura 2011), que actualmente cuenta con 100.000 suscriptores. Varios de sus poemas y relatos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, árabe, italiano, portugués, gallego, japonés, afrikaans y braille; y figuran en 31 antologías. Es co-director del Día Mundial de la Poesía (versión Colombia) instituido por la Unesco. Obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Maurice Blanchot (2007), con su trabajo "La Pregunta del Origen". Por su obra Grandes entrevistas de Común Presencia le fue concedido el Premio Literaturas del Bicentenario (Ministerio de Cultura, Colombia, 2010). Es Asesor del Festival de Literatura de Bogotá.

Su obra ha sido comentada por importantes poetas y pensadores de nuestro tiempo como: E.M. Cioran, Roberto Juarroz, José Ángel Valente, Fernand Verhesen, António Ramos Rosa, Alfredo Silva Estrada, Claude Fell, Roger Munier, Olga Orozco, Antonio Gamoneda, Eugenio Montejo, Claude Michel Cluny, Martha Canfield, Franco Volpi, Jorge Rodríguez Padrón, Marco Antonio Campos... 

Ha participado en Encuentros de Poesía o dictado conferencias en una veintena de países. En 2005 y 2006 fue finalista en el concurso nacional de literatura Libros & Letras elegido por votación de los lectores. Desde el año 2006 dirige el Taller de Creación Poética del Departamento de Literatura de la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente prepara un libro de reportajes a grandes artistas contemporáneos, entre quienes se encuentran: Roberto Matta, Jacobo Borges, Fernando de Szyszlo, Armando Villegas, Oswaldo Guayasamín, Ángel Loochkartt, Leonel Góngora, Edgar Negret...




DE LO INEXORABLE
Soy uno de los genios heréticos que se rebelaron contra el Gran Soleimán, hijo de David (¡que sobre los dos haya paz!)
Descifrando mis artilugios el magnífico rey me derrotó y me castigó encerrándome en esta página, atrapándome en sus líneas, utilizando sus palabras como lianas, obligándome por siempre a este inútil monólogo exaltado.
Según lo establecido mi desolación será eterna; y sólo me es concedida una efímera libertad, una interrupción de mi condena, una huida de esta cárcel terrible de papel, durante el breve tiempo que algún desprevenido lector ocupe mi lugar...


EL OCULTO
Hoy he cumplido siete años de oscuridad y abstinencia. Fui vigilado incesantemente por guardianes que tenían la inapelable obligación de no dejar que nunca el ojo sin párpado del sol me viera, aislado y condenado a una excesiva austeridad... Pero he terminado al fin mi rigurosa preparación.
Hoy seré elegido. Oficiaré el primer sacrificio. Las nubes recibirán en adelante mis órdenes. Después, según la costumbre, agradeceré a la prolongada oscuridad el estar poblado de voces, de reflejos interiores, de pensamientos profundos y de reflexiones míticas; pues se sabe que todo lo que se hace en lo visible es irreal.
Ahora dejaré de ser el Oculto —me están llamando—. Al abandonar este amado y despreciado escondite sorprenderé al Sol naciente que ignora mi rostro, lo subyugaré con mis ritos ejercitados en las tinieblas y lo asesinaré. Mañana seré yo quien surja por el oriente en Sugamuxi.


PIZARRO
Extraños designios me dieron el poder absoluto para realizar así mi horrible acto, mi terrible acción de derrotar y condenar a muerte al hijo de un gigante dios iluminado.
Ahora estoy completamente solo, rodeado de selva, y no existe una noche en que no tema que amanezca.


Derechos reservados
© Gonzalo Márquez Cristo


Guido Tamayo

(Bogotá - Colombia,). Narrador y ensayista. Autor de: El retablo del reposo, Premio del Instituto Distrital de Cultura y Turismo, 1991. Dirigió la serie antológica de cuento El Pozo y el Péndulo de Editorial Panamericana. Con un tono personal y traslúcido que centra su fuerza interior en la metafísica de la huida, este ensayista y narrador, nos entrega un relato donde el observador observado, trasciende el espacio de la novela negra, en un juego en el que la desnudez y el desencuentro, son encarnados por unos seres que ocupan con consagrada nostalgia sus escenarios citadinos.


PUNTO DE FUGA

I.

Hasta mis oídos llega el timbre metálico del badajo golpeando una y otra vez contra las paredes del campanario. Me incorporo afinando la atención en procura de apresar el eco, aguzando el oído para lograr aislarlo del ruido de los carros, de los murmullos de la gente en la calle, del ronco respirar de las fábricas cercanas.

Ese tintineo monótono y mineral posee la virtud de apaciguarme. No puedo precisar cuántas veces ha repicado, pero lo importante es tener la certidumbre de que aún permanezco en esta ciudad, cerca de la catedral, en este apartamento vacío y absolutamente ajeno a mi memoria que apenas unas horas antes he alquilado, y que abandonaré en el momento en que haya recuperado un poco mis fuerzas o, más apresuradamente, si me percato de que me han descubierto.

Va atardeciendo y una porción de luz ceniza se cuela con timidez por entre los visillos de la ventana posándose con desgano otoñal sobre mi cuerpo desnudo tendido sobre el colchón. A mi lado reposa la bolsa de viaje entreabierta. Un poco más al rincón, mi ropa se esparce por el suelo conservando un extraño orden como si en vez de haberme despojado de ella, dejándola caer con desinterés, mi cuerpo se hubiese desintegrado manteniendo las prendas en una disposición perfecta en espera tan sólo de mi restitución.

Por lo demás, el apartamento luce cuidadosamente desierto, destilando ese abandono meticuloso e impersonal de las estancias que se ocupan y desocupan furtivamente dejando la huella de una ansiedad inaprensible, un desasosiego apenas insinuado.

Mi cuerpo se sacude sobre el colchón. Son cortos espasmos que se repiten con matemática frecuencia y que, con lentitud, me van produciendo cierto relajamiento. Empero, mi figura permanece rígida. Atentos los músculos contraídos. Dispuesto el organismo a reaccionar ante la más tenue indicación de mi cerebro. Necesito mantenerme despejada. Sé que toda pequeña tregua en mi huida significa multiplicar los riesgos; brindarles más margen para su acoso. Si he decidido por fin tomar este descanso es porque mi cuerpo, doblegado ya por la fatiga, no me obedece. Viajé durante muchos días y noches sin parar, esforzándome por avanzar lo más posible, evitando recesos en la marcha, ignorando el reclamo del sueño y la ansiedad de detenerme un momento, aunque fuese tan sólo para comprobar que todavía no me han atrapado y que esta evasiva contiene aún todo su sentido.

He recorrido muchos kilómetros, he cambiado varias veces de ciudad y he remontado gran parte de un océano. Es por lo tanto necesario, mas no lo más prudente, que acceda a un breve reposo en esta ciudad desconocida; aquí, en este apartamento vecino a la catedral en donde el escuchar cíclico del campanario, me reconforta.

Procuro no asomarme al balcón, pero cedo ante la tentación de poderlos espiar. Deseo observar a los que me observan. Participo de la voluptuosidad de que nuestras miradas se refracten al encontrarse, y que como en un espejo, se confundan unas y otras y ellos pasen a ser, fugazmente, los perseguidos, y yo, su verdugo. En cualquier caso, no es más que una ingenuidad: no conozco sus rostros, no puedo identificar sus figuras.

Contemplo la calle y veo cómo la noche ya ha logrado hacer, con la misma severidad de la muerte, de sus cuerpos sombras y cómo cualquiera de ellas puede ser la que me acecha. Por ejemplo, ahora, distingo una mancha recortada contra una arista del callejón. Es una mancha extremadamente fina, un hilillo de carbón que se perfila sobre el adoquín como un boceto de Giacometti. Fuma con insistencia y su equívoco ocio parece dedicado a mí. ¿ Será ese hombre delgado uno de mis perseguidores?. Y si es uno de ellos ¿Sabrá por qué me persigue?

Enciendo un cigarrillo para que el hombrecillo vea el destello del fuego en el balcón y, con un sólo golpe de vista, contemple mi cuerpo desnudo. Deseo, con algo de juguetona perversidad, que pueda verme simplemente y por una vez, como una mujer desnuda tras un balcón. Desposeída de mi condición de presa. Sexuada. Personal. Mero objeto circunstancial de los avatares de su profesión. No apelo a mi desnudez para distraerlo del cumplimiento de su deber ni para evocar una sensualidad, por otra parte seguramente inexistente (en su oficio la sensualidad es ignorada en beneficio de una abyección más o menos carnal), sino para despertar en él, tal vez, la idea de un desafío, de un reto que convoco mostrándome a sus ojos sin ningún pudor ni temor, subrayando con mi exhibición, con la cerilla que alumbra por un instante mi desnudez, que de ahora en adelante me sé su perseguida, pero sobre todo, que lo he identificado como mi perseguidor.

Ha cruzado un coche y las farolas se han detenido por un momento en su cara como en un una escena de cine «negro». Su tez es lechosa y su rostro en la penumbra parece tallado en madera seca. Me mira con una mezcla de resignación y curiosidad. Atribuyo esto último a que ha sabido captar el sentido de mi exposición. Nuestro breve y cómplice diálogo ha llegado a su fin: la cerilla se ha extinguido y los focos del auto se han perdido por la calzada no sin antes alargar aún más su sombra por el adoquín.

Me ha descubierto y en consecuencia es peligroso que insista en este escondite. Debo vestirme de nuevo, rehacer la bolsa de viaje y huir cuanto antes aprovechando el corto margen que sé me brindará para reiniciar de inmediato mi persecución.


II.

He logrado verla por un momento.

Bastó el furtivo destello de la cerilla al encenderse para fijar su silueta enmarcada en el balcón. Su cuerpo es más fino de lo que se intuye bajo su ropa. También es más blanco. Y triste. Parece relleno de sal. Alcancé a notar que temblaba. Pero no hace frío. Tiembla por temor. De adentro hacia afuera. Me buscaba con su mirada inquieta como la de un búho. Trémula al no poder reconocerme. Sé de esas miradas astilladas de miedo y odio por partes iguales. Esos sentimientos reunidos le confieren una belleza especial. No he visto jamás algo más hermoso. Los ojos se iluminan. No parpadean. Se tornan acuosos. Y respiran. Y cuando empiezan a apagarse. Lentamente. Cediendo el brillo al peso del cansancio. De la derrota. Ese es el momento. El mío.


III.

Salgo a la calle con sigilo, auscultando con cuidado los recovecos del callejón.

En el instante en que desemboco a la gran avenida tropiezo con el cuerpo hirsuto del hombrecillo. Está tenso y gélido. Me contempla escrupulosamente como cotejándome con la memoria. Veo muy de cerca su rostro glacial; sus ojos insípidos. Respiro con torpeza y mi turbación se hace evidente.

–Parece extraviada, me dice. ¿Si puedo ayudarla en algo?

–Es verdad señor. Quisiera saber en dónde está la estación del tren.

Sin dejar de observarme, el hombrecillo señala con su escuálido brazo de espantapájaros hacia el sur.

–Está por allí, no es muy lejos, serán unas tres calles.

Le agradezco mucho, digo, y sin aguardar más me dirijo hacia el destino indicado procurando un andar desafectado. No he alcanzado a caminar diez pasos cuando oigo los de él tras de mí, acompasados en un solo eco. Huella sobre huella.

Mientras me alejo escucho en la distancia, muy tenuemente, como el sonido de un doméstico móvil de cristal, las campanas de la catedral que repican su benigna letanía.



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Guillermo Velásquez Forero

Nació en San Vicente de Chucurí, Santander, 1954. Licenciado en Linguística y Literatura y especialista en Literatura y Semiótica. Poeta, cuentista y narrador de minificciones y de literatura infantil. Su obra ha obtenido varios premios nacionales. Autor de: Itinerario del exiliado, Militante sin reino, El gesto de la huella, Luz de fuga, Los evadidos.


CONDENA DEL DURMIENTE

Sobre un hombre desnudo que duerme plácidamente pende una soga con un intrincado amarradijo. Si el durmiente no logra soñar la clave para desatar el nudo, al despertar, será ahorcado.


EL PÁJARO DE LA LLUVIA

Azotado con furia por el látigo del viento, el pájaro de la lluvia se estrelló contra la ventana y se destrozó sus alas de agua, se desbarató todo, y le vimos sus plumas transparentes que escurrían por el vidrio como lágrimas de lástima por la caída y los vuelos perdidos.

Pero luego lo oímos cantar en el arroyo, y cuando alumbró el sol, recogió las gotas de sus plumas, rehizo sus alas, alzó vuelo y volvió a anidar en el cielo.


LA EJECUCIÓN

La tierra estaba dormida. Los del pelotón de fusilamiento fueron apareciendo en el patio, ligeros e intermitentes; el reo, hecho de palidez y de temblor, surgió con dificultad, pues tuvieron que traerlo a la fuerza y obligarlo a asumir su destino. Pero al fin se resignaron a ser visibles y palpables, sirviendo de precario estribo al jinete del tiempo.

Aunque inconsistentes y fugaces, ahí estuvieron y cumplieron: los que hicieron de verdugos, maquinalmente levantaron sus armas y le despacharon la muerte; y el que sirvió de víctima, la abrazó en silencio.

Luego, todos se desvanecieron entre las sombras, porque eran sólo una pesadilla de la tierra. Sin embargo, los agujeros de los tiros quedaron grabados en la memoria del muro.



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Guillermo Bustamante Zamudio

Nació en Cali, 1958. Licenciado en Literatura e Idiomas, Magister en Lingüística y Español (1984). Profesor de la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá. Cofundador y codirector de la revista Ekuóreo de minicuentos. Ganador del premio Jorge Isaacs 2002, con el libro Convicciones y otras debilidades mentales.


Continuidad de la «Continuidad de los Parques»

En el cuento «Continuidad de los parques», de Cortázar, un hombre retoma la lectura de una novela y se deja interesar lentamente por la trama. Se acomoda en su sitio preferido: el estudio que mira hacia el parque de los robles, de espaldas a las posibles interrupciones que entrarían por la puerta; los cigarrillos, a la mano; el si­llón es de terciopelo verde y alto respaldo. En la novela, unos amantes planean matar a alguien; ella sigue la senda que va al norte, él sigue los puntos de un plan estrictamente establecido que, paso a paso, lo llevan al cuarto donde está su víctima: un hombre que lee en un sillón alto de terciopelo verde, de espaldas a él, que entra por la puerta.

Hasta ahí se contó. Pero la cosa continúa.

El hombre que lee esa descripción no tiene más remedio que sentirse alu­dido. Levanta los ojos. Piensa: «¡Pero si es una ficción! Esto es una coinci­dencia». No obstante, una incomodidad que no pasa por la razón lo hace girar para comprobar que nadie más hay en el lugar. Algo triunfante, vuelve al texto. Allí dice que la víctima detuvo la lectura un momento, y que volvió la cabeza para exclamar con tranquilidad: «No hay nadie». El amante avanza hacia la víctima, puñal en mano.

Ahora, el hombre que lee está razonablemente seguro de que es una situa­ción idéntica. Mira de manera intempestiva hacia atrás, pero nada ve. El temblor del humo del cigarrillo que prende es imperceptible. El pequeño temor crece, pero no detiene la curiosidad: ¿qué pasará con los amantes? Entonces, lee. Lee que la víctima nuevamente se ha girado hacia la puerta, ha encendido un cigarrillo y, tras un corto titubeo, ha retomado la lectura; que el amante avanza en silencio y está a un paso de consumar el asesinato. El hombre que lee se pone de pie, busca en el estudio, mira hacia los robles, no entiende. Duda en seguir le­yendo. Pero, ¿por qué dudar? ¡La situación es ridícula! Se sienta y continúa. La novela cuenta que el hombre que lee ha deambulado por el cuarto, como buscando algo y, finalmente, se ha sentado de nuevo. El amante levanta la mano armada. El hombre deja de leer, siente un peso inconmensurable; vuelve a las páginas. En la novela dice: «El hombre deja de leer, siente un peso inconmensurable; vuelve a las páginas». Cierra los ojos; retoma el texto: cada palabra, cada letra, aproxima más el arma, que se detiene sólo cuando levanta la cabeza para comprobar que no hay nada.



Nunca es tarde

Caperucita estaba aburrida de que, cada vez que un lector toma el libro y lee, termina primero baboseada y después despedazada por el lobo, saliendo finalmente a través de una chapucera autopsia de cazador. Para acabar con este ciclo infernal, convenció a una amiguita de hacer sus veces y presentarse en la escena de marras con la canastilla munida de manjares. La abuela estaba muy viejita y no notaría la diferencia; le prometió cierto favor como recompensa, una vez la sencilla misión fuese cumplida.

Quiso verificar personalmente el desarrollo de los acontecimientos. En su momento, oyó los infantiles gritos que en el libreto marcaban, primero, la infructuosa negativa de Caperucita a dejarse comer por el lobo y, luego, la disposición de la niña en bocados convenientes a las costumbres de mesa de estos carnívoros.

Sólo entonces, contenta, Caperucita cogió su propio rumbo, con la deriva que suele caracterizar a un actor desempleado.



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Gustavo Tatis Guerra

Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, 1992. Nominado en tres oportunidades a ese mismo premio en 1993, 1995, 1997. Ganó en 2003 el Premio de Periodismo “Álvaro Cepeda Samudio”. Autor de los poemarios “Conjuros del navegante”, 1988, “El edén encendido”, 1994, “Con el perdón de los pájaros”, 1996, “La ciudad amurallada” (Crónicas de Cartagena de Indias”), 2002, “Alejandro vino a salvar los peces”, Premio Nacional de Cuento Infantil Comfamiliar del Atlántico, 2002, publicado por Panamericana, en 2003. Tiene un libro de cuentos, una novela inédita y un ensayo sobre la obra poética de Luis Carlos López y Raúl Gómez Jattin. Panamericana publicó en 2004, su ensayo novelado “Bailaré sobre las piedras incendiadas”, sobre Virginia Woolf. Vive en Cartagena de Indias.



Nadie es inmune a las metáforas

Se había deslumbrado con aquella metáfora inusual del poeta americano E. Cummings: “La terrible cara de Dios, más brillante que una cuchara”. ¿Por qué terrible, por qué brillante?, se preguntaba mientras devoraba con ansiedad, cucharadas de garbanzos revueltos con arroz.

No había consuelo para aquel peregrinaje sin regreso.

¿De qué luz de penumbra había nacido aquello que lo encantaba? ¿Acaso de la luz nunca oscurecida de aquel verso de San Juan de la Cruz? Esta vez el amanecer lo había dejado sin aliento, con una iluminada desazón, al final de una cacería despiadada en la que nadie vendría a despertarlo ni rescatarlo de aquel abismo insondable en el que había descendido tras el espejismo de una metáfora.



Hara-kiri

El viejo almirante Oshibo, luego de hacerse el hara-kiri, entró a la muerte, luego de una tremenda agonía. No quiso acelerar lo inexorable. Antes que alguien se le ocurriera darle un golpe de gracia, él había dejado escritas dos líneas concebidas poco antes del final. Eran en esencia, la sombra de un pájaro en el agua, acaso toda su vida:

La luz de tu cuerpo brilla y tiembla
en la luna de mis manos

La sangre del viejo almirante no dejó de fluir.

Sus ojos parecían diáfanos y serenos como los de un niño.





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