miércoles, octubre 25, 2006

Pablo Montoya Campuzano

Pablo Montoya (Barrancabermeja, 1963). Ha publicado los libros de cuentos Cuentos de Niquía (Vericuetos, París 1996), La sinfónica y otros cuentos musicales (El propio bolsillo, Medellín 1997), Habitantes (Indigo, París 1999), y Razia (Eafit, Medellín 2001) y Réquiem por un fantasma (Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2006) el libro de prosas poéticas Viajeros (Universidad de Antioquia, Medellín 1999); el libro de ensayos sobre música Música de pájaros (Universidad de Antioquia, Medellín, 2005); y la novela La sed del ojo (Eafit, Medellín, 2004). Es premio del Concurso Nacional de Cuento “Germán Vargas” (1993). En 1999 el Centro Nacional del Libro de Francia le otorgó una beca para escritores extranjeros por su libro Viajeros. El libro Habitantes ganó en el 2000 el premio Autores Antioqueños. Ha participado en diferentes antologías de cuento y poesía colombiana y latinoamericana. Realizó estudios de música en la Escuela Superior de música de Tunja. Hizo una licenciatura en filosofía y letras en la Universidad Santo Tomás de Aquino en Bogotá. Igualmente, obtuvo la maestría y el doctorado en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle (París III). Sus cuentos, sus traducciones de escritores franceses y africanos, sus artículos han sido publicados en diferentes revistas y periódicos de América Latina y Europa. Actualmente es profesor y coordina el Doctorado en Literatura de la Universidad de Antioquia.


UN SÚBDITO

Escuché semillas agitadas, pieles percutidas, guijarros por donde el viento entra y llora. En ningún sitio hallaba una explicación de los sonidos acorde a tu sabiduría. Pueblos hay que hacen la música cuando conversan con los ausentes. Otros silban para liberar la lluvia o asustar las tormentas. Hay quienes tocan una especie de cuerno antes de soñar con los dioses. Pero nadie daba una ley sustentadora. Tu exigencia me pareció imposible. Dispuse el regreso para decirte que la música es y no hay explicación para dilucidarla. Una mañana, sin embargo, el mundo fue creado. Vi las cosas como si fueran una fugaz fragmentación de un todo luminoso. Quise participar en aquel equilibrio de silencios. Corté una caña de bambú y soplé. El sonido fue mi pasión, agua brotando de un manantial. Luego aparecieron dos pájaros de plumas transparentes. Uno cantó mi sonido seis veces. El otro respondió con seis distintos al mío. No puedo descifrarte el misterio de los siete seres sonoros. Pero los he traído ocultos en estas cañas. Escúchalos y toda palabra sobrará. Aquí están las leyes que rigen la música, y a nosotros, los hombres de tu imperio.


UN JUDÍO

En la mirada de la mujer una llanura, caballos que corren hacia un punto distinto al que busca este tren herrumbroso. Ella está junto al respiradero, estira sus manos entre los alambres, buscando un aire huidizo. También sabe que nos ha correspondido el horror. De nuevo estamos signados por la barbarie como antes lo estuvieron nuestros ancestros en Goray. Pero hoy, me repito, todo es una ficticia emanación: el paisaje visto en los ojos, la mujer, el tren que va a Treblinka, mi incredulidad. Este viaje hacia la muerte es ilusorio como la luz y la lluvia. Como la oración dicha por alguien, junto a mí, porque hoy es sábado.


UN ESCLAVO

Llevo cadenas. Los dioses no han muerto pero están solos. A mi lado, rabia. Soy la raíz del mundo. La mirada del fuego reflejada en la noche. Mis manos inventan el tambor despojado, y preparan ya la fuga. Preso en lo hondo de este barco, soy la revuelta inevitable.


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© Pablo Montoya Campuzano