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miércoles, octubre 25, 2006

Gustavo Tatis Guerra

Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, 1992. Nominado en tres oportunidades a ese mismo premio en 1993, 1995, 1997. Ganó en 2003 el Premio de Periodismo “Álvaro Cepeda Samudio”. Autor de los poemarios “Conjuros del navegante”, 1988, “El edén encendido”, 1994, “Con el perdón de los pájaros”, 1996, “La ciudad amurallada” (Crónicas de Cartagena de Indias”), 2002, “Alejandro vino a salvar los peces”, Premio Nacional de Cuento Infantil Comfamiliar del Atlántico, 2002, publicado por Panamericana, en 2003. Tiene un libro de cuentos, una novela inédita y un ensayo sobre la obra poética de Luis Carlos López y Raúl Gómez Jattin. Panamericana publicó en 2004, su ensayo novelado “Bailaré sobre las piedras incendiadas”, sobre Virginia Woolf. Vive en Cartagena de Indias.



Nadie es inmune a las metáforas

Se había deslumbrado con aquella metáfora inusual del poeta americano E. Cummings: “La terrible cara de Dios, más brillante que una cuchara”. ¿Por qué terrible, por qué brillante?, se preguntaba mientras devoraba con ansiedad, cucharadas de garbanzos revueltos con arroz.

No había consuelo para aquel peregrinaje sin regreso.

¿De qué luz de penumbra había nacido aquello que lo encantaba? ¿Acaso de la luz nunca oscurecida de aquel verso de San Juan de la Cruz? Esta vez el amanecer lo había dejado sin aliento, con una iluminada desazón, al final de una cacería despiadada en la que nadie vendría a despertarlo ni rescatarlo de aquel abismo insondable en el que había descendido tras el espejismo de una metáfora.



Hara-kiri

El viejo almirante Oshibo, luego de hacerse el hara-kiri, entró a la muerte, luego de una tremenda agonía. No quiso acelerar lo inexorable. Antes que alguien se le ocurriera darle un golpe de gracia, él había dejado escritas dos líneas concebidas poco antes del final. Eran en esencia, la sombra de un pájaro en el agua, acaso toda su vida:

La luz de tu cuerpo brilla y tiembla
en la luna de mis manos

La sangre del viejo almirante no dejó de fluir.

Sus ojos parecían diáfanos y serenos como los de un niño.





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© Gustavo Tatis Guerra